Silvia Santéz solo quería pedir un cargador prestado, pero la curiosidad la llevó a descubrir el mundo del shibari en la sala de su vecino. Intrigada por las cuerdas y sus nudos, aceptó ser su «modelo de práctica». A medida que los amarres avanzaban, también lo hacía la tensión entre ellos. El roce de la cuerda sobre la piel despertó sensaciones inesperadas. Lo que empezó como un favor, terminó en una noche de pasión desatada.
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